Se sentía cansada ocultando que no quería amor, a pesar que es lo que más le demostraba a todos.
El dolor de pensar que no encontraría su príncipe azul, su hombre ideal, su complemento, ese hombre que la enamorara hasta el fin de sus vidas, hacía que se guardara en algún rincón de su alma.
Tanta pasión, tantas ganas de entregarse plenamente a ese hombre, tanto de todo.
Siempre fue fiel al "Él va a aparecer cuando menos lo esperes". Pero se sentía tan mal esperando y esperando, tal vez en vano.
Solo encontraba su propia limitación a pesar de que siempre aspiraba a más, muchísimo más.
Los días pasaban, los meses... De pronto, no quería admitirlo. Ella estaba encontrando lo que más anhelaba cada momento de su corta y duradera vida.
Sin nada que decir y todo por hablar, él mostraba ser el hombre que quería, todo lo que buscaba, lo que deseaba en sus sueños de amor sin límites.
Poco a poco ella se fue refugiando en sus síntomas de ardor de estómago, de mareos sin razón aparente, de unas palpitaciones incontrolables.
No sabía lo que era. Nunca se había enamorado del todo. Y si alguna vez los había tenido los relacionaba a problemas de salud o a cualquier otro motivo que no tenía ningún sentido porque todo concordaba y era producto de lo que estaba naciendo dentro suyo en su corazón - mente, mente - corazón y en todo su cuerpo.
Nada se detenía ante la presencia de él. Al contrario. Ante esa presencia masculina se dejaba llevar por todo. Y estaba más distraída que nunca. Y tenía unos serios problemas de concentración. Y no notaba el paso del tiempo cuando hablaba, ni se daba cuenta de nada, solamente de él, de ese mundo tan diferente y único que estaba conociendo.
Cada vez que lo veía sentía una extraña sensación en su pecho, principalmente en ese corazón que cada vez que recibia noticias de él latía más rapidamente.
Una batería de indicios le producia miedo y dolor, ganas y curiosidad. Aún sin encontrar el porqué.
Él ya había entrado en su corazón desde el principio. Aún sin conocerlo del todo pero ella ya le daba todo el tiempo necesario para hacerlo.
Hacía de todo para buscarlo y coincidir en sus tiempos. Pero cuando lo lograba, ¡zas!, evitaba todo tipo de encuentro sin querer.
"Mañana será otro día" se repetía todas las noches antes de dormir.
No sabía enfrentar su enorme ansiedad, su miedo al amor, su temor a sufrir, a ser rechazada, a ser lastimada.
Pero no los tapaba del todo, sacaba su dolor sin (con) intención de hacerlo césar, disfrazándolo de una (no) ausencia.
Intentaba cubrir todo con efectos que no comprometían lo que vivía ni tampoco lo lleven a enfrentarlo, pero cuando surtían quería lograr todo por él.
El tiempo transcurría y ella ya estaba tan enamorada de él que decidía arriesgarse sin más miedos de por medio.
Esa tarde - como tantas otras - se sentía más bella, más radiante, ya no se aislaba, se dejaba ver y reconocer que estaba así.
Lo vio con ojos distintos después de haber recurrido mutuamente con alegrías y tristezas, reclamos y quejas, amores y dolores, risas y llantos.
No quiso evitarlo, no huyo de él como hacía.
No fueron sus instintos ni tampoco los caprichos por complacer. Solo le cayó la ficha a su mente y corazón simultaneamente y no por algún cambio realizado por él, sino que se daba cuenta que era (es) él.
La invadían las dudas, sintiéndose como nunca se había sentido, entrando en un universo tan extraño al suyo, observándolo, respirándolo, presintiendo todo y como él permitía una persona a ese lugar tan suyo.
Necesitaba abrazarlo y sentirlo para ella sola.
Muy lentamente se daba cuenta que su ser se despertaba en todos los sentidos.
- ¿Vale la pena luchar por tu amor? - le pregunto susurrándolo.
-...-
No recibía ninguna respuesta suya. Le generaba tanta... impotencia.
- Yo sé porque me callo y no te hablo, no es difícil de entender, (penetrando su mirada en ella) mirame, soy capaz de luchar por y para siempre en tu vida porque vales tanto para mi... ¿Acaso tenes dudas de ello? - Esa mirada, esa mirada la estaba matando de amor.
- Pienso y quiero y deseo luchar por vos. Por siempre.
El miedo es el principal enemigo del amor,
no hay amor sin jugarse y dar el salto hacia el otro.