A veces, no siempre, me quedo ausente, alejada de mí, de todos, del exterior que me rodea, siento que me alejo del mundo, flotando entre mis pensamientos, vagando por mis recuerdos que son tantos, son tan interminables. A veces, lucho por evitarlos porque vienen a mi mente, pero no puedo lograrlo, mi mente continua divagando en ellos, siempre esperando alguna palabra, algún olor, un sentimiento reencontrado, para evocarlos ya que en mí se pierden y se reencuentran.
Parece extraño, dentro de todo me resulta curioso ver como una cosa completamente distinta, me lleva a un hecho que nada tiene que ver con lo que estaba haciendo.
Porque dentro de todo, los recuerdos no mueren dentro mío, nacen, renacen constantemente, me siento cada vez más pequeña en ese mundo.
Hace mucho tiempo leí: los recuerdos son la raíz del alma y el nutriente de nuestros actos presentes. Ahora, después de tanto, puedo asegurarla, pero antes no, es extraño como los recuerdos me transportan de aquí para allá.
Muchas veces, necesito, tengo que limpiar mi interior de cosas feas, de tristezas, de dolores, de remordimiento, de odio, porque me gustaría encontrar la liviandad que me haga fluir y me sienta libre de ataduras, de cargas pesadas como el pasado que no se puede llevar tanto tiempo a cuestas.
En otros momentos recuerdo actos pasados, idas y vueltas, siempre volviendo al mismo lugar, rostros ausentes que emergen de mi memoria, no sé si a propósito, o sin querer, o porque quiero recordarlos, me devuelven una sonrisa, es el valor de un principio o el principio perdido.
Tantas cosas atesoro en mi vida, porque detrás de tantos recuerdos, de tantos vaivenes, de tantos principios sin finalizar, de tantos finales inconclusos, hay alguien que quiere aprender a vivir con todo.
Quizás piense demasiado, no lo sé. Pero me gusta, me gusta dejarlo escrito en alguna parte, para que también forme parte de un pasado, porque el pasado escrito también es importante.
16 mar 2010
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